Tat Te’k, tat Diego Adrían, fue un hombre dedicado enteramente al estudio del lenguaje, la letra antigua y la oralidad actual, el pulso del tiempo desde el calendario de la luz y la oscuridad, el conteo ancestral maya. Muy sencillo en su trato, con una sonrisa suave y permanente, pacífica. En sus conversaciones, tanto en idioma k’iche’ como en español, hacía largas pausas, como meditando y hablando, extrayendo de su memoria y con toda seguridad, voces de sus antepasados. En las calles todos lo saludaban, le hacían plática, se le quería, se le respetaba, le besaban la mano como autoridad ritual y le abrazaban con tacto. De todas las artes que cultivó, el ser un sabio de dulce de miel fue lo que menos se propuso y lo que más le distinguió. En la obra poética, que tiene en sus manos, se encuentra la ternura y nobleza única de tat Te’k, su persistencia en la adversidad.